Yaku, la sinfonía del agua

Explorar el silencio como documentalista; narrar, contar, sentir, oler la imagen, además de trabajarla; volverla íntima, rítmica y arrítmica. Sentir la selva. Sentir el río, la noche y las estrellas. Escuchar la sinfonía de los grillos y las chicharras. Sentir la selva, Que fluye, que gira, que grita. Internarse en las selvas, ríos y quebradas, ver el detalle, la quietud, el ritmo de un fluir que busca emocionar y mostrar la inmensidad y la fragilidad de la sinfonía del agua. En mi silencio, y mi quietud, descubrí que nosotros somos como los ríos; que fluyen o se estancan, que se aclaran o se oscurecen, que bajan su cauce; que se secan y que se contaminan.

Despertar los sentidos, abrir los ojos y los oídos para observar la cadencia del curso imparable del agua, donde la imagen y el sonido se convierten en un recordatorio de nuestra propia naturaleza fluida; la magia y la sutileza exploran el misterio de una selva explotada, saqueada y arrasada que danza en su última sinfonía.

Reflejos, colores, texturas. Mirar, mirar y volver a mirar para construir de nuevo bajo la humedad de la selva, una nueva narrativa, un nuevo mirar que construya y cuestione nuestra existencia. Afrontar el miedo, seducir la imagen y encontrar a través de la niebla de la selva el despertar de la conciencia.

Selvas y aguas del Putumayo, Colombia. Retratadas en su sutileza, fragilidad e inmensidad, un reflejo de nosotros mismos bajo la melodía de la última sinfonía.