La vida de muchos hombres está signada por la represión de su identidad -generalmente desconocida- o por el hallazgo de ella, que toma el tiempo de esa vida. Si se lograra la correcta ejecución de la obra, entendiendo por “obra” la vida misma, no existiría otro objeto ni fin que el de este hallazgo. Quizás por eso existe el arte como llave maestra para el encuentro de uno mismo y la expresión de este encuentro y la sociedad. 

La posibilidad de tener un sueño que se vuelva real hace la vida interesante, este proyecto de película no es un hecho único, es simplemente sembrar las semillas de una lucha continua y justa hasta lograr verdaderamente la libertad de todos los seres vivos -hablo de la libertad como una palabra que el sueño humano alimenta, que no hay nadie que la explique pero nadie que no la entienda-.

Hay que aprender y desaprender supuestas verdades, como la que es hipócrita al criticar el capitalismo mientras participa de él, nos fuerza a creer que sobrevivimos gracias a que cubre todas nuestras necesidades. En cambio la selva, por siglos, en un acto perfectamente simbiótico, ha entregado al indígena amazónico todo lo que ha necesitado: alimento, vivienda, vestido, medicina, armas, instrumentos musicales, y con ello ha encontrado también satisfacción para su sentido estético, aprendiendo que la inteligencia humana debe permanecer atenta a la sabiduría de la naturaleza. 

El hombre no tejió la red de la vida, es tan sólo uno de sus hilos. Las grietas del cemento se tornan verdes, porque los árboles reclaman su lugar. Los ojos de los hombres lloran de tan cansado gris. Babilonia está cayendo y en respuesta a ello, es el conocimiento de la conciencia indígena ancestral una alternativa posible en consonancia con el ritmo de su exuberante naturaleza, respetando y valorando las prácticas sabias de los pueblos originarios.