En las playas del río Mocoa el templo se retuerce, el crujido y los irrepetibles y diminutos nos hemos postrado, Urcusique se levanta. El Tigre en su danza, El Tigre en los sueños que estremecen, ha tendido su hamaca. El Tigre nos espera. Usted Camine suave, pida permiso, no se sienta sabio, baje cabeza, desocúpese, ande liviano, no altere lo que nadie le ha pedido alterar, no lleve dulce, no lleve sal. Las Cascadas caen como lágrimas, fusionándose con la ilusión, El indio salta empujado por el duende, son los restos de los sacrificados o es el éxtasis del vuelo del colibrí, en creación.

El cine de la naturaleza proyecta imágenes oníricas, las cavernas susurran en el eco de realidades fantásticas. Entrar para no salir igual. El agua nace, en un suspiro del inconsciente colectivo, la chagra, el desecho, el abono, -Churumbelo!- grita la gaviota-.

La serranía del Tigre, es una metáfora de eternidad, esta viva, es el mejor templo vivo del siglo XXI. Flora y fauna danzan en una danza de dualidad. No sólo es vibrar alto, palpitar. Es mirar alto, porque no volvemos a ser esclavos. Nadie colgará a nadie, Nadie acribillará a nadie. Este Templo del Tigre no es solo un lienzo surrealista de colores, biodiversos para repartir bendiciones. En cada rincón, la realidad se funde con los ardores.

Huele a leña, pero en el templo vivo, no huele a miedo; al fondo detrás, la tierra se abre en dos, un derrame, un riachuelo, el desangre, el desarme el desastre. No son sueños, el plano cartersiano lo ha ubicado. Es él

El Tigre, en su magia, despierta nos ha trazado su trampa, su laberinto de ilusiones y despedidas, aquí es la serranía del Tigre, donde la vida y la muerte se entrelazan. Sin tiempo. Sin calendario. Respóndele si eres presa, alimento o desecho. Respira, contempla el ciclo eterno, el sufrimiento cesa. Aceptemos la muerte. En la quietud del parque, el querer y la voluntad se desvanecen. que pequeños e infinitos somos, irrepetibles.