Loana Murumuru
TALLER FLORENCIA

En lo profundo del monte, donde los árboles se entrelazan como antiguos guardianes y el murmullo del viento es un susurro constante, vivía Loana. Era una joven mujer sabedora, conocedora de los secretos de semillas y plantas, guardiana de las semillas sagradas de su chakra. Una tarde, mientras caminaba entre los montes, cerca al río, encontró una semilla que brillaba como una joya, era la semilla del murumuru. Era una semilla especial, un regalo del bosque. Loana sintió la responsabilidad de sembrarla en un lugar sagrado, donde pudiera crecer y florecer en armonía con el monte.

Con el cuidado de una guardiana, plantó la semilla en la tierra fértil cerca del Río la Esmeralda, esperando cada día que esa labor la blindará de la codicia y la desgracia de minar el río. 

Cada vez que podía visitaba el lugar para asegurarse de que la semilla recibiera suficiente agua y luz. Pasaron semanas… meses, y la semilla germinó lentamente, sus raíces determinaron su estancia en un lugar fijo y fuerte al lado del Río 

Con el tiempo, la semilla se convirtió en un palma majestuosa, con hojas hermosas que bailaban con el viento y raíces que se entrelazaban con las historias ancestrales de su monte. Esta palma se convirtió en un símbolo del estar aquí, como mujer cuidadora, y un recordatorio de que las semillas que sembramos hoy son las raíces de las culturas futuras.

Loana compartió esta historia con su comunidad, su familia y sus amigos guardianes enseñándoles la importancia de preservar las semillas y tradiciones orales de la ciudad. Cada semilla plantada era un acto de resistencia contra la pérdida de la biodiversidad que se genera en la Amazonia y un gesto de gratitud hacia la tierra que nos provee de alimentos y de vida. 

Así, en el corazón de la cultura del monte, las semillas crecen y florecen, fortaleciendo el vínculo ancestral entre la humanidad y la naturaleza que los rodea.

Ana Paola Castaño

Nací y crecí en medio de montañas y ríos que circundan el oriente antioqueño, donde se centraba la guerra y la violencia en los habitantes de la Vereda Santa Ana, municipio de Granada. Había mucha abundancia en alimentos, animales de corral y árboles frutales. Aprendí el arte de trabajar la tierra por parte de mi abuela, bajo su cuidado no faltaba nada, pero llegó la guerra, la muerte, el desplazamiento y la migración.

La Universidad, la ciudad, el amor y el hambre son factores detonantes de mi carácter fuerte y desconfiando, cambiante pero nunca lejano de la sensibilidad que se tiene a la siembra, al cuidado. Queriendo mantener esa vocación estudié agronomía, que básicamente simplificaba la vida y la muerte en manos de grandes empresas generadoras de venenos, lo que me llevaba a una constante confrontación. En medio de ese desgano, sin motivos consecuentes para ser una agrónoma más de este país, surge un milagro llamado Red Guardianes de Semilla de Vida. Mi vida cambió y mi propósito se consolidó y fortaleció.

Habité una tierra de mi familia y en ese lugar se instaló el primer nodo de Semillas de Antioquia, trabajando durante 9 años, fortaleciendo procesos de custodios y siembras, e instalando casas de semillas en todo el departamento. Pero regresó la incertidumbre, las amenazas, los conflictos e intereses de grupos armados, y volvió la migración y aquí voy hacia el sur, en este piedemonte amazónico, con un sueño más, tratando de confiar y abriendo caminos desde Las Semillas.