Ciudades capitales, ciudades intermedias, ciudades frontera. Estos centros urbanos se abren paso a lo largo de los departamentos amazónicos que llevan los nombres de sus ríos: Caquetá, Putumayo, Guaviare, Amazonas, Guainía y Vaupés. El Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi), con más de 20 años estudiando el poblamiento de dicha selva, habla del «anillo de urbanización»: el proceso por el cual las ciudades reproducen sus estructuras, extendiéndose de occidente a oriente, según el curso de los ríos, como una onda expansiva que nace del epicentro formado por capitales amazónicas como Florencia, Mocoa y San José del Guaviare, más cercanas a la cordillera.
Muchos de estos asentamientos están muy lejos de ser aquellas aldeas descritas por antropólogos en los años 70 y 80, debido a varios procesos: la migración, los nuevos derechos legales a minorías étnicas, el conflicto armado interno, la deforestación, la minería, la ganadería intensiva y los cultivos ilegales (como la hoja de coca) han construido urbes junto a las principales carreteras y riberas de los ríos. Estos procesos muestran, entre otras cosas, cómo los centros urbanos amazónicos absorben territorios indígenas rápidamente, un obstáculo para que dichas culturas —62 naciones originarias— puedan autosostenerse.
Los indígenas han sido los guardianes originales de esta región que hoy debería estar protegida gracias a la existencia de 162 resguardos: territorios ancestrales donde las comunidades desarrollan su vida económica, cultural y espiritual. El conflicto armado, sin embargo, también ha sido determinante en las formas de entender, ocupar y usar la Amazonía durante más de medio siglo en Colombia. La presencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), por ejemplo, preservó casi todos los ecosistemas del bosque oriental por el veto que la guerrilla impuso al prohibir la quema, la cacería y la pesca indiscriminada. Pese al Acuerdo de Paz firmado en 2016, el conflicto sigue ejerciendo una profunda violencia sobre los amazónicos indígenas, mestizos y afrodescendientes. Disidencias guerrilleras y mafias vinculadas al narco y al extractivismo suelen obligarlos a huir de sus territorios o a meterse en negocios ilegales para sobrevivir.
Las ciudades amazónicas en Colombia, como en otros países de la Panamazonía, viven esa tensión: la lucha por la conservación de una ancestralidad conectada con la naturaleza, y el progreso occidental (muchas veces, letal) que sustenta nuestra vida moderna. Una vida que, cada vez más, se revela inviable.